Oralidad e imaginación

Oralidad es tiempo. Oralidad es escucha. Oralidad es una suma que da al menos dos. Oralidad
es encuentro. Oralidad es apertura y cuando hay apertura hay transformación, hay amor.
Oralidad es el llamado a nuestros sentidos y a esa fábrica infinita de imágenes que tenemos en
nuestro corazón.

Este tiempo en el tiempo he podido escuchar a mis hijos con los breves intervalos del sonido
de su respiración nocturna. Si no durmiéramos, su voz estaría presente todas las horas del día,
sus gritos y sus llantos también. Y lo que escucho son palabras hiladas con su ritmo, que
delinean y colorean los universos por los que caminan.

Los adultos le hemos dado un nombre a todo ello: imaginación. Podríamos definir brevemente
en términos de C.G. Jung esta facultad/habilidad (yo llamaría alquimia) como la de crear
imágenes a partir de lo que escuchamos. Henry Corbin le dio a esta facultad un órgano preciso:
el corazón. El corazón es el órgano que permite que el ojo del alma imagine. Quiero dejar la
palabra “pensamiento” fuera de este escrito, porque no existe el “pienso luego imagino”,
quiero dejar a la razón a un lado.

Entonces el imaginar requiere una conexión necesaria con el corazón, con la emoción, con los
sentidos. Si contamos con nuestra voz: “Y una ola gigante la tumbó sobre la arena mientras
intentaba saltar de una roca a otra”… podemos ver el estremecimiento de los cuerpos que lo
escuchan, podemos ver cómo el dolor se dibuja en sus rostros. Podemos sentir el pálpito de los
corazones que imaginan mientras una mujer cae sobre la arena. Podemos sentir también amor
en el aire. Todos nos transformamos en un instante.

¿Cuándo fue la última vez que escuchamos una historia? ¿Cuándo fue la última vez que
contamos nuestra historia? ¿Cuánto tiempo de nuestro día le regalamos a la escucha de otro,
de su historia? ¿De qué formas y colores son las imágenes que creamos de los mundos que
alguien nos narra? ¿Hay alguien en nuestro día que nos cuente una historia y nos regale de
paso el timbre de su voz? ¿La infinidad de matices en su gesto?

Leer es maravilloso. También hay amor allí. También hay imagen, imaginación. Pero ahora que
he tenido la “tarea” de enseñar a leer y a escribir a mi hijo, no dejo de preguntarme sobre lo
que allí sucede y el espacio que este aprendizaje tecnológico toma en la imaginación de mi
hijo. Me pregunto cuándo comenzará a desprenderse de ese universo y comenzará a utilizar la
palabra “imaginación” como algo fuera de él y no como algo que lo habita y no necesita ser
nombrado.

¿Acaso podemos educar la imaginación sin nombrar el término? Yo creo que sí.

Ted Hughes tiene un ensayo muy bello sobre la educación de la imaginación, en él se refiere a
la necesidad de contar mitos, historias antiguas, cuentos de hadas, así, de manera oral, con
tiempo, no solamente para comenzar y terminar, sino para preguntar. Para abrir un diálogo.
Platón mismo temía por el momento en que sus reflexiones se pusieran en el papel, sabía que
allí se detendría su transformación, dejarían de vivir. Rumi decía algo así como “apréndete el
poema de memoria, porque de lo contrario las palabras morirán de frío en la página”.

Hace unos días teníamos como tarea del colegio de mi hijo hablar de la imaginación. Apenas le
mencioné el término mi hijo me dijo: “mamá, eso no existe. Mamá la imaginación es una
mentira”. Luego lo supe, claro, “imaginación” es un concepto abstracto para él. ¿Cómo decirle
a un niño que imaginación es algo por fuera de él, algo para aprender, cuando él la lleva
puesta, la respira, la vive y sobre todo, me la cuenta?

¿Podremos los adultos llevarla puesta de nuevo?

© Doris Castellanos

El ensayo sobre Mito y educación de Ted Hughes lo puedes encontrar aquí.
Sobre la obra de Henry Corbin puedes visitar esta página.