Una flor carmesí y el amor romántico

En las historias, en los cuentos de hadas, las palabras tienen poder, pueden cambiar formas, destinos. Imaginemos que nuestras palabras pueden cambiar la forma de lo que hay fuera de nosotros, y de lo que hay dentro… en realidad lo hacemos todo el tiempo. 

Lo que hacen los cuentos de hadas es invitarnos a ir más despacio, en estos tiempos, ir más despacio es toda una manera de activismo. Amar también lo es. Y los cuentos nos enseñan las dos cosas. El amor en los cuentos de hadas está presente siempre, todo el tiempo. Eso que llamamos despectivamente “amor romántico”, es la forma de amor que estas historias, alquímicamente elaboradas en la psique colectiva, nos enseñan. 

Escuchar un cuento de hadas con el corazón dispuesto a dejarse alumbrar por su luz, es un acto revolucionario. Es dejar de pelearse con el “final feliz” y comenzar a comprender que el tiempo que nos presenta un cuento, puede muchas veces abarcar desde los inicios de nuestra existencia en la Tierra hasta un momento más allá de nuestra vida terrena que quizá vean solo quienes nazcan cientos de años después. 

A mí me maravilla siempre hacer la pregunta: ¿en dónde está el colectivo en esta historia? Y la respuesta es que en cualquier historia, casi siempre, como colectivo apenas estamos en la primera línea del cuento. Bien si son breves, estas historias, línea a línea nos ofrecen una guía, un paso por paso, de qué es lo que tenemos que hacer para avanzar en nuestro camino y qué herramientas tenemos a nuestra disposición. 

La historia que contaré este 23 de septiembre, día del equinoccio de otoño en La Botica es una de ellas: Fenist el halcón radiante. Esta historia llegó a mí exactamente como sucede en la primera línea: con un anhelo. Un día en mi vida decidí seguir la voz de mi alma, dejar de trabajar para otros y dedicarme a hacer lo que más amo, investigar, explorar, conocer la complejidad humana desde ese lugar que siempre me dio cobijo: la escritura, la lectura, los cuentos de hadas, sobre todo estos últimos. 

Cuando en la infancia tenemos la gracia de tocar aquello que nos hace saltar el corazón, entonces tenemos un compromiso de vida. A todes nos sucede, el camino que nos lleva a darnos cuenta de lo que es, es muchas veces largo. Quizá nos suceda a los cuarenta, o cincuenta, o más… a veces nos es necesario estrenar otra vida para volver a intentarlo. 

No es fácil seguir la voz del alma. Es un cuento de hadas. Es un cuento que nos dice que para llegar a abrazar nuestra alma y amarla con toda la intensidad que nos es posible, hemos de calzar unos pesados zapatos de hierro, usarlos hasta que se gasten por completo y cuando ello haya sucedido, calzar otro par igual y otro… ¿Se imaginan lo que es caminar con unos zapatos así de pesados? 

Sabemos que no estamos caminando hacia nuestra alma con unos zapatos de hierro cuando nuestro cuerpo enferma, cuando nos deprimimos porque no estamos haciendo algo que nos nutre, cuando una relación, un trabajo o un lugar, no nos hacen saltar el corazón. Sabemos que no estamos caminando hacia nuestra alma cuando deseamos un vestido en lugar de anhelar una flor carmesí. 

Sin haber escuchado el cuento y de leer solo estas líneas diríamos que es caminar con zapatos pesados lo que nos enferma. Pero no, es la paradoja de los cuentos. Ellos nos dicen: hay un gran esfuerzo que hacer, unas zapatillas deportivas solo te harán ir más rápido, ¿a dónde? Ni tú lo sabes. 

¿Y el amor? El amor es esa fuerza que tenemos para poder -como los y las protagonistas de las historias- atravesar mares, montañas, volar sobre los vientos, recibir la ayuda de tres ancianas con el objetivo de volver a tocar eso que hizo saltar nuestro corazón en la infancia. 

Ese es el “amor romántico” de los cuentos. Esas son las uniones de príncipes y princesas, de reyes y reinas al final de las historias. Es el reencuentro soberano, la unión de los opuestos que nos constituyen, adentro, siempre adentro. No afuera. La literalidad nos mata. 

Hay una bella historia que comienza así: 

“Érase una vez, un padre viudo que tenía tres hijas, como se iba de viaje les preguntó qué deseaban como regalo. Las dos mayores le pidieron vestidos, la menor… le pidió una flor carmesí…”

Escuchar y explorar historias es reaprender este lenguaje olvidado que nos regala instrucciones precisas, que nos permite echar un vistazo a aquello que es el amor.