Contar historias es orar

El fin de semana fui con mis niños y mi hermana a ver “El faraón, el salvaje y la princesa”, una película de Michel Ocelot (2022). La película son tres cuentos que cuenta una contadora de cuentos. Yo les dije a mis niños: “¡Eso es lo que hace mamá!”. Se quedaron mirándome incrédulos, a pesar de que les cuento historias cada vez que sé una nueva. Cuando se me acaban las historias leemos. 

Y antes de escribir el párrafo anterior y empezar a redactar esta Newsletter, leía en el periódico el siguiente titular : “ChatGPT crea una onda de choc en el mundo de la enseñanza”. Este ChatGPT, me entero por el artículo, es una interfaz de conversación dotada de inteligencia artificial que es capaz de generar ensayos sobre obras literarias. En el mundo del autoengaño, el mercado ofrece soluciones cada vez más increíbles. Desde la crema para desaparecer las arrugas o la celulitis, hasta la ilusión de que ir más rápido es mejor, hemos perdido el contacto con el transcurrir, con la espiral del tiempo.

La cuestión es que este nuevo artilugio de la inteligencia artificial me hace pensar en la oralidad y en el contar historias. Sé que existen los audiolibros que dan voz a la palabra escrita. Pero hacen eso, repetir la palabra escrita. La oralidad es otra cosa. Si los profesores temen que sus alumnos ya no lean el libro y que le pidan a ChatGPT que elabore el ensayo por ellos, quiere decir que se están dando cuenta que los métodos de evaluación quizá no tengan que pasar por ahí, y que quizá tengamos que volver a dialogar en vivo y en directo sobre un tema como lo hacía Platón. 

Y al hablar de oralidad mi corazón recuerda a Lee Maracle, la gran contadora de historias de la nación Stó:lo quien nos introduce a un campo que, me atrevo a decir, nunca podrá visitar la inteligencia artificial: lo sagrado. En los pueblos originarios del mundo la palabra no se desperdiciaba, tenía un gran valor. En algunos lugares donde estos pueblos sobreviven aún, una de las estrategias de resistencia es el volver a la palabra, a las historias, a lo sagrado. Lee Maracle fue una contadora de historias, mientras vivió, enseñó el arte de la oratoria como una manera de resistir las inmensas pérdidas culturales de su nación ante la colonización en el norte de América. 

Contar historias es oxigenar nuestro corazón, hacer que la ancestralidad que nos une en la espiral del tiempo (en el transcurrir), respire. Vuelva a la vida una y otra vez gracias al aliento de nuestra voz. En muchos cuentos de hadas hay una anciana o un anciano que pide al protagonista que hable, que salga de su mente y articule con su voz aquello que necesita, que desea. Si esto no se hace, no hay transformación, ni cambio, ni magia. 

Lo que me gusta de los desafíos que nos suponen todas las creaciones de inteligencia artificial es que nos hacen preguntas. Como decía antes, ¿es todavía un ensayo escrito la mejor manera de saber cómo una obra literaria tocó el corazón de un alumno? Quizá es mejor escucharlo con su propia voz y volver el salón de clase un oratorio. ¡El mundo sería tan distinto! Imagino cada joven contando qué sintió, qué vio, qué imagen le quedó para siempre después de leer una novela… Aquí la lectura y la oralidad se unen para que nuestra imaginación se fortalezca. Para Lee Maracle un oratorio es “un lugar de oración para convencer. Vemos las palabras como cosas de un ser original: un ser sagrado y enérgico. El hablante proviene de un lugar de oración y como tal trata de convencer. Las palabras son objetos que no deben desperdiciarse. Representan conocimientos acumulados, valores culturales, la visión de todo un pueblo o de varios.”(1)

También, como dice otro de mis maestros, el gran Martin Shaw, “Las palabras que pronunciamos ante el enmaravillamiento son intimidad con todo lo que existe, es oración. La oración y los cuentos nos confrontan con nosotros mismos. Y nuestra oración cumple el deseo de Dios, del Misterio, de todo lo que nos rodea.” (2)

Y la oralidad en nuestra vida puede comenzar siempre con un “¿Cómo estás?” o como en la historia de Parzival y el Rey Pescador: “¿Qué te duele?”. 

Termino esta Newsletter con una historia de mi oralidad más reciente: Llevo una estrella caída en mi seno derecho, las máquinas y los números dicen que es una bacteria y que la única manera de tratar con ella es yendo al campo de batalla. Entablar una guerra. Esto es, tomar antibióticos hasta un no sé cuándo. Y como en todos los inicios de una historia, obedecí. Pero como en todos los transcursos de una historia caminé por los efectos secundarios, las duras pruebas en un cuento, hasta que el deseo de tomar otro camino me llevó a la cabaña de las ancianas sabias. He acudido a ellas, quienes con tiempo y un caldo caliente han escuchado la historia de mi cuerpo migrante. Han imaginado mis cansancios, los han pasado por sus cuerpos y los han transformado en abrazos, virtuales, pero abrazos en todo caso. Poder contar nuestra historia a cuerpos amorosos que escuchan y son capaces de escuchar qué nos duele, es medicina, es hacer nuestro espacio vital ese oratorio en donde lo sagrado tiene lugar. Por eso contar historias, contar nuestra historia, es orar. 

© Doris Castellanos, 2022.

  1. Lee Maracle. Originalmente en: “Oratory: Coming to Theory”, Gallerie: Women Artist’s Monograph, nº 1, 1990.
  2. Martin Shaw, Courting the Wild Twin, Chelsea Green Publishing, 2020.