Hace rato que quiero escribir sobre la película Barbie. Se ha dicho mucho sobre esta muñeca desde que apareció en los anaqueles de las jugueterías del mundo y en la vida de hombres y mujeres. Poemas, artículos universitarios, pasajes en novelas, canciones… y sobre la película, artículos y artículos. Y aunque se haya dicho y se haya escrito mucho, yo también necesito hablar sobre esta película. Y me equivoco cuando digo “película”, como si fuera a desglosar un análisis de toda ella. No. No podría. Lo hago porque la práctica de explorar historias me empuja a expresar qué es lo que tocó en mi alma una imagen. Por lo tanto hablaré solo de una imagen, o utilizando quizá un lenguaje más acertado, algunos cientos de cuadros en esta película que componen una imagen en movimiento.
Fueron los primeros, aquellos con la voz en off de Helen Mirren que narra como si nos estuviera contando un cuento de hadas antes de dormir, solo que a esta voz le acompaña una de las imágenes más perturbadoras para mi alma que he visto últimamente.
La contundencia de la imagen de unas niñas rompiendo contra el suelo a sus muñecos bebés, con los que juegan a ser madres después de haber tocado a esa Barbie-Monolito, enmudeció totalmente en mí la voz de la narración de Helen Mirren. Solo recuerdo que segundos antes de esta escena, se ve a las niñas en ese paisaje desierto, jugando con gestos de aburrimiento y pesadez mientras cambian de pañal o dan de comer a sus muñecos bebés.
¿Han visto alguna vez a un niño o una niña jugando con cara de aburrimiento?
Esa cara de aburrimiento pertenece a nosotras, las mamás. Y diría que no es aburrimiento, es cansancio infinito. Un cansancio de criar en un mundo desconectado de la energía femenina. Ser mamá en desequilibrio energético nos está matando. Nos enfermamos, nos deprimimos, nos queremos a veces encerrar en algún lugar para no escuchar un “¡Mamá!”, no por falta de amor, o porque no queramos ver o cuidar a nuestros hijos, es por el terrible abismo de la soledad de la maternidad que nos cansa desde hace milenios.
Hay, más adelante en la película un monólogo que habla un poco de esto, de lo que se nos exige y nos exigimos nosotras las mujeres mamás. Pero el mundo Barbie que expone la película, no veo yo que sea la solución, simplemente porque no propone nada, no resuelve nada, y reduce el ser mujer a tener vagina. La muñeca Barbie-embarazada está en el lote de muñecas descontinuadas, nos cuenta la película. ¿Las mamás hemos de dejar de existir? ¿Cuál es ese mundo?
Destrozar esos muñecos bebé para tocar a esa Barbie-Monolito y en ese ejercicio táctil descubrir la maravilla de poder ser quienes queremos ser sin hijos y sin pareja, hace que se me haga un nudo en el estómago.
Necesitamos maternar en compañía. Necesitamos poder descansar y no enfermarnos. No solo las mamás, los papás, los hijos, las abuelas, las tías, la tierra misma necesita descansar. Todes estamos en un extremo estado de agotamiento. Se están secando las fuentes de agua subterránea en todo el mundo para poder hacer las baterías de la nueva energía que alimenta le velocidad. Hablamos de “luchas” contra todo, la lucha feminista, la lucha contra el cambio climático, la lucha contra las enfermedades. No entra en nuestro vocabulario la palabra cuidar.
En muchos cuentos de hadas el cuidar, el rendirnos, el llorar, el contemplar, es un grito de la psique para que despertemos. La madre de Vassilisa le regala una muñeca a su hija antes de morir, diciéndole que si la cuida, si le da de comer y de beber sin falta, a ella no le faltará nada nunca. En una versión de la Cenicienta, la madre le da unas semillas para que plante un árbol, le dice que si lo cuida, jamás le faltará nada ni se sentirá sola, en la Reina abeja, el más joven y humilde de tres hermanos les pide a los mayores no destruir un hormiguero, no matar a los patos y no molestar a las abejas, ese cuido de su parte le permitirá luego encontrar a él, el simplón, una vida maravillosa… la lista es infinita. Los cuentos de hadas nos han enseñado a cuidar, nos han enseñado a detenernos, a pasar un tiempo fuera del tiempo en la cabaña de un grupo de abuelas sabias y aprender a sanar y consolar el alma herida. Nos han enseñado cómo se ve y cómo se siente la energía femenina, nos ha enseñado sus verbos y cómo conjugarlos.
Así me tocó esa imagen, esos primeros cientos de cuadros que juntos dan movimiento a la imagen en esta película. Me tocó de una manera dolorosa, me recordó mis propios dolores y las soledades de los maternajes de todas las mujeres en el mundo. Porque el cuidar, el cuidarnos a nosotres mismes, a la tierra que nos da alimento y sostén, no puede anularse, no puede romperse contra el suelo.
Un abrazo,
Doris Castellanos
Imagen John D. Batten en Celtic Fairy Tales, Bracken Books, London, 1990