Encantar el mundo

Nuestra escritura surge de nuestra interacción con la Tierra. Allí vemos las formas que dibujan los árboles en su corteza, el tejido que forman las nervaduras de una hoja en su haz y su envés. También imaginamos la estela que dejan en el aire las mariposas y los mosquitos, y el movimiento acelerado de las arañas. Cada movimiento nos sugiere un trazo, una caligrafía. 

Desde hace milenios danzamos con las formas de la Tierra, hacemos intentos por repetir la caligrafía de la naturaleza y los hemos dejado plasmados en las piedras y las paredes de las rocas, en papiros, libros e interfaces en el intento de dejar constancia de lo que nuestra alma siente al ver un amanecer o el amor entre los animales. 

Desde hace milenios intentamos abrir estas ventanas, dibujadas en tantas superficies para que la Tierra nos devuelva su palabra. Cuando nos damos cuenta que eso ha sucedido y que por fin ella nos regresa el saludo comenzamos a cantar, a encantar, a permitir que lo vivo habite en nosotros, porque nuestras palabras fueron sonido y luego forma. 

Si a veces nos preguntamos ¿qué es un encantamiento? Es eso, hemos dejado que lo vivo habite en nosotros.

Y las historias son y llevan encantamientos. Nos recuerdan los sonidos de todo lo vivo, nos recuerdan cómo una vez fuimos esposos y esposas de las criaturas de la madre Tierra. Cómo una vez, mediante la palabra, los animales podían transformarse en humanos y los humanos en animales, porque la palabra tenía esa fuerza, ese poder de encantar y dejar que todo lo vivo nos habitara mutuamente. 

Y en este mundo las palabras son alabanza, bendición, invocación, son nuestra herramienta para transformar el mundo de vuelta al tiempo agua, al tiempo-piedra, al tiempo del animal humano que somos. 

Contar historias es encantar-nos.

© Doris Castellanos 2020