Conversaciones para espantar el miedo

“Solo a los humanos lo normal les parece extraño”.

Andrés Holguín, La pregunta por el hombre.

Cuando tenía catorce años mi hermano me regaló uno de sus libros, La pregunta por el hombre, de Andrés Holguín. Y la frase con la que comienzo este escrito es quizá uno de sus grandes regalos. Es necesario leer el libro para no espantarse con la frase, y sobre todo, para poder dar un sentido profundo al término “normal” al que se refiere Andrés Holguín.

Para ello voy a referirme algunos hechos que he escuchado en las últimas semanas, que me sacan de mis sueños y me devuelven a este plano en donde, ahora que comienza la primavera en el norte, podemos ver los botones que repiten el incansable ciclo de la vida.

Muchos crecimos leyendo a Roald Dahl, y la noticia de hace algunas semanas sobre los cambios que su casa editorial decidió hacer en asocio con Inclusive Minds, una organización que promueve la diversidad en la literatura para jóvenes, me quitó el sueño. ¿Por qué? Porque cuando “limpiamos” las creaciones humanas dejamos de ver la complejidad de lo que somos, y todo nos parece extraño.

¿Qué hay detrás de todo acto de censura? Yo diría que es miedo, miedo a vernos en el espejo. O ganas de ver en el espejo aquello que no somos. Estamos tan acostumbrados a reconocernos en las imágenes que no provienen de nuestra alma, que todo “lo normal” nos parece extraño.

La normalidad de nuestras formas asimétricas, de nuestra tristeza, de nuestra angustia, del pelo que el viento mueve a su antojo, de nuestros celos, de nuestra intolerancia, de nuestro miedo. Intentamos aliviar nuestro miedo con un miedo más grande y esa suma nos encierra en unas soledades difíciles de soportar.

La censura nos roba las conversaciones. ¿Quién puede hablar todo el día de manera políticamente correcta? La censura nos borra regalos íntimos como la compasión, la empatía, la escucha. La censura borra todo aquello que es diferente de mí, y en el ejercicio de borrar al otro nos borramos a nosotros mismos, porque nadie puede vivir sin su gemelo salvaje. Quienes conocen algunas historias que he contado en los talleres de StoryTailors recordarán cuentos como La lombriz negra y Tatterhood, ambos nos preparan para acoger, encantar, y traer de vuelta a casa aquello que desechamos de nuestro ser, porque “huele mal”, “viste mal”, “habla demasiado fuerte”…

Si Roald Dahl era intolerante, ya no podremos anticipar y menos reconocer la existencia de este sentimiento en nuestra psique, simplemente este se aparecerá ante nosotres en el bosque y gritará su derecho a existir con una violencia contumaz.

Con tantos lugares muertos en nuestra psique nuestro cuerpo enfermará más. Una colección de libros para niños, que trae mi hijo mayor prestado cada día de su escuela, tiene una advertencia que traduzco brevemente de esta manera: “Lo que sucede en este libro es producto de una imaginación desbordante, no lo toméis como real”. Advertir sobre la imaginación como algo que no debe tomarse en serio es robar la posibilidad de expresar nuestras emociones, es robar la poesía, la amplificación. La imaginación es un lente, es una geografía, es también lo que somos.

Yo me pregunto por el ser humano, me pregunto por su miedo y el mío. Tantas advertencias nos roban las conversaciones. Como la imaginación no es real entonces no hay que preocuparse. Como la intolerancia de Roald Dahl no se puede leer ya, entonces no existe. Y en estas mismas semanas gente joven ha matado niños en escuelas en EE.UU y Canadá. Ahí la violencia contumaz.

La negación, la censura, y ahora el temor ante la Inteligencia Artificial porque lo que no es real se sale de nuestras manos, son ingredientes para este caldo que se cuece en estos tiempos. Esta fue la última noticia que escuché esta semana. Un grupo de expertos redactó un comunicado en que piden una pausa en el desarrollo de esta tecnología pues “han advertido de los efectos negativos que un desarrollo desbocado podría tener en la sociedad y la humanidad”.

No soy una experta en tecnología, pero sé que somos una especie que construye cosas y es curiosa. Desde hace mucho tiempo nuestra especie se distrajo creando artilugios de todo tipo e imbuido en esta distracción se olvidó de sí mismo. Olvidó su conexión con sus instintos, con el mundo imaginal, con sus sueños, con la conexión que tiene con el arriba y el abajo. Vivimos en la superficie. Esto sí me inquieta, porque esa desconexión nos llena de miedo, nos petrifica. Nos aleja cada vez más de nuestra complejidad y nos deja sin herramientas para leer Charlie y la fábrica de chocolates,  pequeñas historias donde los niños imaginan desbordantemente y la conciencia de que cuando pedimos al ChapGPT que nos haga la tarea estamos haciendo trampa. Y la trampa es tan antigua como los tiempos.

Dice Michael Conforti, uno de mis maestros de estos últimos tiempos: “Colectivamente, nuestra respuesta al terror y a las amenazas es similar a la forma en que las bacterias se hacen cada vez más inmunes a los antibióticos. Nuestra psique colectiva crea defensas cada vez mayores, antígenos psicológicos destinados a evitar las verdades vitales que nos acechan a diario. […] Marie Louise Von Franz nos enseña que para poder conocer plenamente la vida tenemos que conocer plenamente la muerte. No hay espacio para medias verdades si queremos vivir una vida consciente. ¿Conscientes de qué? Del poder con el que el inconsciente profundo mueve y da forma a nuestra vida personal y las naciones en donde vivimos.” (Field, Form and Fate, 138)

Sé en carne propia lo que significa un diagnóstico en donde los antibióticos son la solución. Lo he hablado en otros escritos como este. Y he experimentado en mi cuerpo la exigencia de transformación del alma que una bacteria nos exige. Visto con el lente imaginal, llevar en el cuerpo un cuerpo invisible a mis ojos, pero perceptible por mi cuerpo, me ha recordado mi conexión con todo lo que existe. Esta cohabitación, este diálogo constante ha sido desafiante. Me ha obligado a echar raíz simbólica y físicamente en esta tierra nueva para mí. Entrar en contacto con su psique y sus minerales en igual medida. Es doloroso, tanto, como cuando en los cuentos nos imaginamos un desmembramiento, el corazón es lo que queda y sigue palpitando para recordarnos que nuestra tarea en esta tierra es amar y permitir a nuestra sangre que se limpie y entre en armonía con un nuevo campo físico y psíquico.

A las historias y a lo que llamamos cuentos de hadas los han censurado siempre, pero la fuerza de la psique los mantiene con vida porque los necesitamos, y puedo decir “ahora más que nunca” porque es el momento en la vida de la Tierra en el que yo participo en la espiral del tiempo. Pero la verdad es que han estado siempre ahí para anticiparnos, reconocernos, reconectarnos y recordar. Para dejar de tener miedo y para conocer plenamente la vida y la muerte.

Lo que hago hoy en día en esta casa de historias que es StoryTailors es volver a las historias y poder leer en ellas nuestra conexión con todo lo que existe. Ellas me han permitido caminar lentamente sin antibióticos y mi esperanza es que a quienes escuchen les permitan vivir sin miedo, pero no tener miedo requiere trabajo, compromiso, investigación y mucha poesía vertical. Quiero invitarlos ahora y siempre a escuchar historias, a conversarlas, a detenerse en la imagen que les llamó la atención de un sueño y traerlo a casa. Darle alimento, intentar conocerlo, conversar con ese inmenso tiempo en que ampliamos nuestra consciencia con la visita a otros mundos y dimensiones. Solo así podremos seguir viviendo, solo así podremos abrazar el cambio y la transformación, abrazar a Roald Dahl e invitarlo a un café en nuestros sueños para compartir nuestras intolerancias, reírnos de ellas y amanecer con una mirada nueva.

Un abrazo desbordante de imaginación,

Doris.

© Doris Castellanos, 2023