Amar, dar, recibir

–Mamá, ¿esto quién nos lo regaló? – me pregunta mi hijo. 

–Tía Teté (o Tía Maguis o Tío Pepes, o…) –le respondo. 

A menudo me preguntan mis hijos sobre las cosas. Y esas cosas por las que me preguntan casi siempre han sido un regalo. Les he comprado muy poco, les han regalado mucho, o quizá podría decir, les han heredado mucho. 

Cada vez que se visten en la mañana veo los nombres de otros niños en su ropa. O los veo a ellos, a Pablo, a Rubén, a Jacobo, a Pau, a Samy, a Milo… su presencia me viste a mí también. Comienzo a ponerme traje de parque, de mar, de terraza, de globos y de arena. Me visto con los días vividos en este mundo desde que ellos llegaron a este para enseñarme a recibir. 

Nos han enseñado a dar, a darlo todo. A quien sea. Y por allí, por ese orificio del dar sin medida se nos va la vida y el recuerdo de nosotros mismos. ¿Pero y el recibir?

¿No tiene el recibir algo que ver con nuestra existencia misma? Recibimos bendiciones, regalos, llamadas el día de nuestro cumpleaños, si tenemos esa suerte. ¿Qué sucede con el resto del tiempo? 

El mito que hemos creado hoy para vivir –porque insisto, los mitos no son mentiras, son verdades. Hemos creado los mitos para explicar todos los misterios del universo, pero también para definir cómo queremos que sea nuestro mundo– nos dice que solo ciertos días podemos recibir, el resto tenemos que dar. Darlo todo. 

En los cuentos de hadas, en varias versiones antiguas de la Cenicienta, la madre que muere le da algo a su hija, una muñeca, unas semillas, un pez dorado, y le dice que cada vez que se sienta triste recurra a ese regalo, “pero” que no olvide cuidarlo. Es en el cuido de ese regalo que la niña recibirá lo que necesita. Y así sucede, sean semillas, muñeca o pez, la niña los cuida y tiempo después recibe los regalos que necesita para poder volver a ser. 

Recordemos esa historia: cuando llega la madrastra y sus hijas la niña pierde su nombre. Por eso la conocemos como la Cenicienta, no como Helena o Ana. La niña deja de ser ella y le imponen el dar como única alternativa, da su tiempo limpiando y cocinando, ¿y a cambio, qué recibe? El suelo de la cocina para dormir y las sobras de comida de los demás para alimentarse. 

Cuando aceptamos un trabajo ¿no nos sucede lo mismo? Perdemos nuestro nombre y nos llamamos como la empresa que nos contrata. Damos todo nuestro tiempo, a cambio nos dan dinero para que podamos pagar a quienes viven la vida que nosotros deberíamos vivir: cuidar a nuestros hijos, nuestros abuelos, nuestra casa, nuestro jardín. Ese es el mito que estamos viviendo. 

Esta historia nos despierta a la posibilidad de volver a ser. Volver a ser nosotros mismos y lo que amamos. Cambiar el mito. Podríamos comenzar por preguntarnos ¿qué es lo que tenemos que cuidar, y cómo, para volver a ser?

Cuando pienso en el “por qué” de esos regalos que he recibido desde que mis hijos llegaron a este mundo (y antes, solo que no era consciente de ello) solo se me ocurre pensar en el amor. 

Cuidar el amor, lo que amamos hacer, a quienes amamos.

Amar es regar una semilla. 

Amar pues es dar, pero también es recibir 

y agradecer. 

© Doris Castellanos

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“…la vida es un regalo. El mundo y todo lo que hay en él es un regalo. No nos ganamos la vida. No nos ganamos el sol; no es gracias a nuestros esfuerzos que este brilla. No ganamos la capacidad de las plantas para crecer. No ganamos el agua. No nos ganamos nuestra concepción ni nuestra respiración. Nuestro corazón late y nuestro hígado metaboliza solo. La vida es un regalo.” 

Charles Einsestein

Living in the Gift